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22 de septiembre de 2014

Sinopsis de LA ETERNA TRAVESÍA DEL ALMA

Ana es una mujer triste y amargada que un día se da cuenta que necesita dar un profundo cambio a su vida para poder recuperar la felicidad. Mientras se encuentra inmersa en ese proceso de cambio, una serie de casualidades la llevarán a un pequeño pueblo de Asturias donde conocerá a Tenzing, un lama tibetano que vive desde hace años en una cueva en la ladera de una montaña.

La llegada a Asturias y el encuentro con el lama despertarán en Ana recuerdos de una terrible vida anterior que le ayudarán a comprender el sentido de su vida actual.


"La eterna travesía del alma" es una novela que habla de las casualidades que llevan a los personajes a cruzarse justo con la persona que necesitan en cada momento de su vida; de cómo están relacionados unos con otros de una manera mucho más profunda y misteriosa de lo que ellos se imaginan; de la posibilidad de que algunos de los problemas que arrastran en su vida actual puedan estar relacionados con hechos sucedidos en alguna vida anterior; y de la capacidad que tienen para cambiar, perdonar, comprender y amar... a pesar de todo.

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COMENTARIOS

El Comentario de Maria Jose Voltes sobre el libro está publicado en el "Libro viajero" que es una iniciativa de Mirella Patiño para su blog "¿Te gusta leer?" y para el grupo de Facebook "Lectura entre amigos":
http://mire-pa.blogspot.com.es/2014/08/11-libro-viajero.html#links
https://www.facebook.com/groups/Lecturaentreamigos/

Comentario de Maria Jose Voltes:
"La eterna travesía del alma" de Juana D. Martínez. Os paso mi comentario sobre el Libro Viajero.
He leído ya varios libros sobre el budismo o que simpatizan con éste, y temía al inicio volver sobre lo mismo. Sin embargo, me ha encantado la historia y la forma en que esta se desarrolla. Esta llevado de una forma diferente en que se trasluce una gran riqueza espiritual de la autora y una enorme coherencia de principios humanos. Simpatizas con cada personaje, que es tratado como ser único y especial, con un descubrimiento progresivo de su devenir y con un tratamiento muy cuidado del destino casi inevitable de cada uno.
Durante la lectura, estos fluyen por este mundo, sin luchar contra lo que irremediablemente ocurre, haciendo un ejercicio de aprendizaje personal en que todos nos podemos sentir reflejados. Cualquiera puede hacer este ejercicio sin que le implique ningún esfuerzo.
La historia, que ocurre en distintos escenarios y con momentos preciosos o durísimos nos convence al final de que las coincidencias no existen. Todo pasó, pasa o pasará por algo.
Felicidades Juana por esta forma tan agradable de tratar la espiritualidad de cada uno. Con un gran respeto y como parte de una excelente trama sin imponer ninguna idea, sin casi sugerirla, pero consiguiendo llegar a cada uno de nosotros.

Opiniones de los lectores en Amazon:

5.0 de un máximo de 5 estrellas Es un libro ameno y fácil de leeer, 24 de febrero de 2014
Por María (Alicante) - 
Esta opinión es de: La eterna travesía del alma (Versión Kindle)
Te engancha desde los primeros capítulos y conforme lo vas leyendo te sorprende con la historia de cada personaje nuevo que va apareciendo.

4.0 de un máximo de 5 estrellas Merece la pena, 21 de agosto de 2014
Por Alicia - 
Esta opinión es de: La eterna travesía del alma (Versión Kindle)
Cuando al terminar un libro los personajes se mantienen en tu recuerdo, es que la historia es buena, como sucede con este libro. Bien escrita, con una trama que te lleva a seguir leyendo y con un argumento que hace que te replantees situaciones personales.Desde luego merece la pena su lectura.

5.0 de un máximo de 5 estrellas Diferente, un soplo de aire fresco, 26 de febrero de 2014
Por Rubén - 
Esta opinión es de: La eterna travesía del alma (Versión Kindle)
Es una historia que te envuelve, te atrapa y no puedes dejarla hasta el final. Un placer que se haya cruzado en mi camino.

Opiniones de los lectores en Casa del libro.com:

LECTOR ANÓNIMO
Buen libro, me ha gustado. De lectura ágil, y la autora parece bien documentada. Lo recomiendo.
01/10/2014 16:04

LECTOR ANÓNIMO
Un buen libro para viajar en el tiempo de varias vidas donde la casualidad no existe.
22/05/2014 09:12

LECTOR ANÓNIMO
Maravilloso Juana, gracias por dejarnos disfrutarlo.
01/03/2014 22:11

10 de marzo de 2014

Primer capítulo de LA ETERNA TRAVESÍA DEL ALMA


LA ETERNA TRAVESÍA DEL ALMA

Mi primera novela "La eterna travesía del alma" la empecé a escribir hace varios años. He de confesar que se parece muy poco a lo que tenía planeado en un principio para ella. Pero es que a medida que fui avanzando en su trama, los personajes me fueron llevando por donde ellos quisieron. No tenía planeado que apareciesen lamas tibetanos, ni monjes franciscanos. O que apareciese una casa cueva donde pasan cosas misteriosas. Tampoco sabía que la trama transcurriría en Madrid, Asturias, la India y el Tíbet. No sabía que Ana, el personaje principal de la novela, terminaría siendo acompañada por personajes secundarios que llevarían tanto peso en la trama como ella. Reconozco que no sabía muchas cosas, pero algo si tenia claro desde el principio, que en mi manuscrito se reflejaría, de alguna manera, mi forma de entender la vida. 

Os adelanto el primer capítulo del libro. Espero que os guste.

LA ETERNA TRAVESÍA DEL ALMA

PRIMERA PARTE: "DE LA MANO"

Capítulo 1
 “LA DECISIÓN”
Mientras subía las escaleras, no podía dejar de temblar pensando en lo que iba a hacer. Se sentía llena de dudas, alentadas por el intenso miedo que le provocaba tomar una decisión tan importante. Pero, después de todas las vueltas que le había estado dando, de pasar noches sin dormir sopesando los pros y los contras…, ahora no podía ni quería echarse atrás, pues a pesar de la inseguridad que sentía, a pesar del vértigo que le producía hacer una cosa así y de ese ahogo en el pecho que casi no la dejaba respirar, reconocía que tenía que hacerlo…, no había más remedio. Aun así, no se lo podía creer cuando su mano giró el pomo y abrió la puerta de la oficina de Recursos Humanos, donde se encontraba un funcionario medio adormilado, sentado delante de su mesa, con una taza de humeante café entre las manos.
Sin rodeos, para intentar contener las ganas que tenía de darse la vuelta y salir corriendo, Ana le soltó, antes incluso de que él levantara la cabeza para verla, que deseaba solicitar una excedencia. El funcionario, fastidiado por haber sido interrumpido mientras se hacía a la idea de que tenía que ponerse a trabajar, le echó una mirada furibunda y luego, dejando la taza de café sobre la mesa, se puso a buscar, de muy mala gana, unos papeles que no tardó en encontrar metidos en un archivador. Alargándoselos a Ana, le dijo con voz seca que se los llevara, que tenía que devolvérselos debidamente cumplimentados y firmados.
Para disgusto del funcionario, que tenía la esperanza de volver a quedarse solo para poder disfrutar tranquilamente de su café, aquella mujer, en vez de marcharse, se sentó en una mesa adyacente, en la que aún no había nadie trabajando, y se dispuso a rellenarlos sin más dilación.
No tardó mucho en devolvérselos, debidamente cumplimentados como él le había pedido. Aquel hombre, resignado ya a empezar con su trabajo, tras comprobar que estaba todo correcto, les estampó el sello correspondiente y, dándole una copia a Ana, le dijo, con voz cansina y cara de perro, que la aprobación de su excedencia se demoraría un tiempo hasta que se comprobara si se la podían conceder.
A partir de aquel día, intentaba pasar de todo, pensando que ya no merecía la pena enfrentarse con nadie,  pero no podía, al contrario, estaba más susceptible y nerviosa que de costumbre y saltaba a la mínima. Cuando se le pasó la satisfacción de haber tenido el valor de presentar la solicitud, se le puso una angustia permanentemente agarrada en la boca del estómago. Apenas podía comer y no descansaba, ni de día ni de noche. Fueron unos días de interminable espera… para todos, porque en lo que se refería a sus compañeros, se alegraron enormemente cuando se enteraron de la noticia. La situación también era insoportable para muchos de ellos. En cuanto les llegó el rumor de la posible marcha de su jefa, todos se sintieron aliviados y felices por ello: «Por fin podrían volver a trabajar en paz».
Ana había cogido muy mala fama por culpa de las continuas broncas que tenía con la gente, sobre todo desde que la habían ascendido al puesto de jefa. Su adicción al trabajo y su carácter perfeccionista le habían valido el reconocimiento de sus superiores, lo que le había supuesto un ascenso en pocos años, pero como jefa se había convertido en la peor pesadilla de sus subordinados, ninguno de los cuales parecía estar nunca a la altura de lo que ella les exigía. Continuamente les recriminaba por cualquier cosa, generando en ellos un gran malestar. Había conseguido que para la mayoría de la gente de la oficina fuera especialmente duro ir a trabajar cada día sabiendo que tenían que encontrarse de nuevo con ella.
Pero Ana no lo pasaba mejor. Desde hacía ya mucho tiempo, cuando llegaba el domingo por la mañana, se ponía mala solo con pensar que al día siguiente tenía que regresar al trabajo. Odiaba discutir con la gente, pero sentía que no podía evitarlo: primero, porque creía que debía mantenerse firme ante ellos por miedo a que no le hiciesen caso; y segundo, porque no quería quedar mal ante sus superiores por culpa de sus subordinados que parecían empeñarse en no querer cumplir bien con su trabajo solo por fastidiarla. No se fiaba de ninguno de ellos. Se los imaginaba criticándola a sus espaldas, ideando la manera de desacreditarla ante sus superiores. No les soportaba, les consideraba unos vagos y unos incompetentes.
Había empezado a odiar su trabajo como consecuencia de las tensiones que sufría en él cada día. Ya ni se acordaba de la gran satisfacción personal que en su día supuso para ella aprobar las oposiciones que le permitieron entrar a trabajar en aquel Ministerio.
Siempre se le habían dado muy bien los estudios, eso a pesar de que  en casa no lo tenía nada fácil para concentrarse. Con frecuencia el ambiente era muy tenso por culpa de las broncas que solía haber.
Fernando, su padre, que había trabajado como militar hasta su jubilación, era una persona que se consideraba más inteligente que las mujeres por el hecho de ser un hombre. En el hogar, se tenían que aceptar siempre sus puntos de vista como los únicos válidos. La opinión de Raquel, su mujer, no contaba para nada. Exigía que su esposa apoyara siempre su forma de actuar, tanto en público como en privado, aunque no estuviese de acuerdo. La madre de Ana no podía pensar por sí misma porque para eso estaba él, el dueño y señor de la casa. No la dejaba leer los periódicos y mucho menos entretenerse leyendo algún libro. La relegaba al cuidado de la casa y de su hija y ni siquiera eso parecía hacerlo al gusto de él, que siempre encontraba fallos en todas las cosas que hacía, lo que provocaba que se desatara su ira a la mínima.
Fernando llegaba muchas veces amargado del trabajo y lo pagaba con su familia criticando cualquier cosa que se le ocurriera solo para justificar su arranque de ira que solía desembocar en violencia hacia su mujer e incluso hacia su hija si hacían algo que le disgustara, cosa que solía suceder con frecuencia.
Cuando Ana era pequeña su madre aprovechaba cuando la llevaba al colegio o al parque para pasar un buen rato charlando con otras madres. Gracias a eso, Raquel se había hecho algunas buenas amigas hasta que Fernando le prohibió quedar con ellas alegando que eran una mala influencia y que le estaban llenando la cabeza de pájaros. También consiguió apartarla de su propia familia convenciéndola de que cada vez que iban a verles le ponían mala cara y lo trataban con desprecio, cosa que no era cierta.
Total que, al final, Raquel tan solo podía salir de casa para ir a la compra y poco más. La pobre no tenía a nadie con quien poder hablar. Pasaba gran parte del tiempo deprimida y amargada. Se esforzaba por estar bien ante su hija, pero con el paso del tiempo su ánimo se fue apagando poco a poco. Llegó a un punto en el que parecía que ya no le importaba nada, ni siquiera su propia hija, que se desvivía por intentar conseguir algo de cariño de sus padres sin lograr otra cosa que algún beso o abrazo aislado de su madre y las continuas broncas injustificadas por parte de Fernando.
En ese ambiente, fue creciendo Ana hasta que llegó el día, cuando tenía veinte años, en el que se le presentó la oportunidad de alquilar una pequeña buhardilla por un precio muy económico, por lo que aprovechó para irse a vivir sola. Cada vez soportaba menos a su padre y le destrozaba ver a su madre deprimida casi todo el tiempo, sin ganas ni fuerzas para salir de aquella situación de malos tratos en la que vivía. Pero ella sí podía alejarse de allí para empezar una nueva vida.
Se sentía como en una nube cuando durmió por primera vez en su pequeña buhardilla del centro de Madrid. No necesitaba lujos para ser feliz, se conformaba con estar en un lugar donde no tuviese que soportar gritos ni broncas, un lugar donde pudiese estar en paz.
Lo malo fue que cuatro meses después de independizarse, a su madre le diagnosticaron cáncer de páncreas. Los médicos dijeron que no había nada que hacer y la ingresaron en el Hospital Militar Gómez Ulla, donde pasó los dos últimos meses de su vida. Ana tuvo que ponerse de acuerdo con su padre, turnándose con él para no dejarla sola. Fernando, que en aquella época ya estaba jubilado, se quedaba con Raquel durante el día y Ana se quedaba con ella por la noche, durmiendo en una cama supletoria que había en la habitación, aunque lo de dormir era un decir, pues se levantaba cada poco para ver cómo se encontraba su madre.
Fueron unos meses terriblemente duros. Por fortuna, esta vez Fernando estuvo a la altura de las circunstancias y, quizá por primera vez en su vida, dejó a un lado su egoísmo para ocuparse de su mujer. Ana nunca le había visto tan vulnerable e inseguro. Aunque procuraba hacerse el fuerte ante su mujer y su hija, a veces, se iba a la sala de espera y, cuando pensaba que nadie le veía, se quitaba la máscara de falsa serenidad y lloraba durante un buen rato, desahogando su tristeza antes de regresar a la habitación junto a su esposa.
Un día, los médicos les avisaron de que estuviesen preparados para lo peor, que la muerte de Raquel podía producirse en cualquier momento. La pobre mujer ya llevaba una semana demasiado drogada como para enterarse de nada. Se pasaba la mayor parte del tiempo dormida y, cuando despertaba, tenía la mirada perdida en ninguna parte o se ponía a conversar con gente imaginaria.
Su muerte se produjo por la noche. Ana y su padre estaban a su lado. Desde que los médicos les habían advertido de la cercanía de su fallecimiento, ambos permanecían las veinticuatro horas del día junto a ella. Raquel simplemente se quedó dormida y ya no despertó. A eso de las cuatro de la madrugada dejó de respirar. Cuando vino el médico para certificar su muerte, padre e hija se derrumbaron y lloraron amargamente. Ambos estaban destrozados.
Fernando sin su mujer parecía como un niño desvalido. Le decía a Ana lo mucho que se arrepentía de haber tratado mal a su madre, a la que ponía en un altar por haberle aguantado tantos años. Su hija se compadecía de él al verle tan solo y triste. Creía que, al fin, su padre había cambiado, que ya no era el hombre insensible y egoísta de antes. Solía ir a visitarle con frecuencia para ver qué tal se encontraba. Ocho meses después de la muerte de Raquel, empezó a salir con otra mujer, Marta, algo más joven que él, a la que, al principio, trataba como a una reina.
Después de un año de relación, Fernando y su novia se casaron. Tras su matrimonio, no tardaron en aparecer los primeros problemas. El padre de Ana comenzó a comportarse con su nueva esposa como lo había hecho con su anterior mujer, de forma despótica y violenta. Marta aguantó diez años de malos tratos sin reaccionar, hasta que al fin le denunció a la policía después de una paliza en la que le rompió algunas costillas. Varias denuncias después, Fernando terminó con sus huesos en la cárcel.
Cuando ocurrió eso, Ana hacía muchos años que ya no se relacionaba con su padre. Al enterarse de que estaba saliendo con otra mujer cuando ni siquiera había pasado un año de la muerte de su madre, se molestó muchísimo, tuvieron una fuerte discusión y decidió que no volvería a verle nunca más, aunque siguió al tanto de todo lo relacionado con él. Se había puesto de acuerdo con una vecina, a la que conocía desde que era pequeña, para que la llamase, de vez en cuando, contándole cómo le iba a Fernando
No se sorprendió cuando se enteró de que le habían encerrado en la cárcel porque su esposa le había denunciado por malos tratos y se alegró al saber que Marta había pedido el divorcio y se había ido a vivir a otra ciudad. Pensó que, al menos ella, había tenido el valor que le había faltado a su madre para alejarse de Fernando y empezar una nueva vida.
En la época en la que Ana pidió la excedencia, habían pasado un par de años desde que supiera que su padre había salido de la cárcel. Sabía que Fernando había estado buscándola, pero ella no tenía ninguna gana de volver a verle. Por fortuna, él no tenía su nueva dirección ni tampoco sabía dónde trabajaba.  


ÍNDICE

PRIMERA PARTE: De la mano.

Capítulo 1: La decisión
Capítulo 2: Recuperándose.
Capítulo 3: El encuentro.
Capítulo 4: De la  mano.
Capítulo 5: La amiga.
Capítulo 6: Una triste noticia.
Capítulo 7: Perdida en algún lugar.
Capítulo 8: Las sorpresas.

SEGUNDA PARTE: “La historia de Tenzing”.

Capítulo 9: La revuelta.
Capítulo 10: El nacimiento y la huida.
Capítulo 11: Hacia el exilio.
Capítulo 12: La huida de Yongden.
Capítulo 13: Una nueva vida.
Capítulo 14: Norbhu se convierte en Tenzing.
Capítulo 15: Antonio, el budista asturiano.
Capítulo 16: El encuentro con Alba.
Capítulo 17: La carta.
Capítulo 18: El adiós de Yongden.
Capítulo 19: Audiencia con el Dalai Lama.
Capítulo 20: Tenzing en Asturias.
Capítulo 21: Bajo el tejo milenario.
Capítulo 22: El descubrimiento.
Capítulo 23: En el interior de la cueva.
Capítulo 24: El fraile franciscano.
Capítulo 25: El misterioso peregrino.

TERCERA PARTE: La eterna travesía del alma.

Capítulo 26: El verdadero dueño del colgante.
Capítulo 27: El perro fugitivo.
Capítulo 28: De visita en la casa-cueva de Tenzing.
Capítulo 29: María.
Capítulo 30: ¡Maldito cabrón!
Capítulo 31: La muerte de Abelardo.
Capítulo 32: La huida.
Capítulo 33: Frente a frente.
Capítulo 34: ¿Sueño o realidad?
Capítulo 35: De vuelta en la cueva.
Capítulo 36: En la sala de las pinturas rupestres.
Capítulo 37: Como una bola de luz.

EPÍLOGO.

BIBLIOGRAFÍA.

8 de marzo de 2014

El personaje de la vieja Angelita


Angelita y su burra

La vieja Angelita es uno de los personajes más entrañables de mi novela La eterna travesía del alma. La verdadera Angelita era una vecina del pueblo donde vivo. Cuando yo la conocí ya tenía unos 75 años, pero se conservaba muy bien a pesar de su edad. Tenía la cara muy arrugada, como la de todas las mujeres que se pasan la vida trabajando en el campo. Las primeras veces que la vi me llamó la atención su expresión risueña y su caminar firme. Por aquel entonces solía ir acompañada de una burra casi tan vieja como ella.
Alguien del pueblo me comentó que aquella vecina conocía de remedios naturales más que nadie en muchos kilómetros a la redonda. En esa época yo trabajaba en un herbolario y estaba muy interesada en las plantas medicinales. Al enterarme de que Angelita sabía mucho sobre ese tema, hice por acercarme a ella con la intención de aprender todo lo que pudiera de la anciana.
Tenía un carácter fuerte y a veces era un poco arisca con la gente, pero enseguida me di cuenta de que se trataba de una persona con un corazón tan grande que no le cabía en el pecho. Era tal cual, no había dobleces en ella, te hablaba siempre con sinceridad. Creo que le encantó descubrir a alguien con quien poder compartir sus conocimientos porque se la veía feliz cuando me explicaba cómo preparar los remedios.
Recuerdo con mucho cariño los días que cogíamos la cesta de mimbre y nos íbamos las dos por los caminos, mirando aquí y allá, a ver qué hierbas encontrábamos. No tardábamos en coger alguna planta que guardábamos en la cesta. Pero antes de guardarlas me hacía mirarlas con detenimiento, me explicaba en qué tenía que fijarme para no confundirlas con otras, me contaba sus propiedades y me decía cómo se debían preparar. De unas cogíamos las hojas, de otras solo las flores, y había algunas que teníamos que desenterrar porque sus propiedades curativas solo estaban en las raíces.
A veces me pedía que las chupase o las masticase para descubrir su sabor.  Las había dulces, amargas o con sabores indefinibles. Muchas de ellas sabían como el demonio, lo que provocaba que ella se riera de mí cuando me veía poner caras raras.
Angelita delante de su casa

Angelita era un pozo de sabiduría y yo me quedaba embobada escuchándola. Tenía tantos conocimientos que al principio no me quedaba ni con la mitad de todas las cosas que me decía, pero a ella no le importaba explicármelo las veces que hiciera falta. Sabía tanto sobre plantas medicinales que hasta la doctora del consultorio médico le preguntaba por sus remedios.
A la vuelta de nuestras excursiones, cuando teníamos la cesta llena, nos íbamos a su casa, donde me enseñaba a preparar las hierbas en función de su uso. Me gustaba volcar la cesta sobre la gran mesa de su cocina para observar encantada  toda la variedad de plantas que habíamos recogido. Con algunas de ellas hacíamos manojos que atábamos y colgábamos de las vigas de madera del techo, donde debían secarse bien antes de ser troceadas para guardarlas. Gracias a todas las hierbas que siempre había colgando por todas partes en la vieja casa de mi amiga, cuando entrabas te dabas de bruces con un olor muy especial, muy agradable, que impregnaba cada rincón de la vivienda.
No tardamos en hacernos buenas amigas y pasamos de hablar de plantas a hablar de todo. Recuerdo sentarme con ella en la puerta de su casa, a mirar los pocos coches que pasaban por la carretera, mientras las dos charlábamos de lo divino y de lo humano. Me contó cómo de niña tenía que ir a llevar el ganado a pastar por los montes de los alrededores, y se pasaba todo el día a solas con los animales… y con sus pensamientos. Me relató historias de la guerra, de cuando venían los soldados de uno y otro bando y a todos se les recibía igual de bien. Nunca nadie pegó un tiro en el pueblo. Me dijo cómo conoció a su marido, su boda, la muerte temprana de su esposo y cómo sacó adelante a su único hijo.  Me explicó cómo vivían antes las familias, que solían ser muy numerosas, y cuando los hijos se casaban se quedaban con los padres porque el dinero no les daba para vivir por su cuenta. Por aquella época los prados de los alrededores del pueblo, que ahora se veían abandonados y llenos de maleza, estaban todos cultivados porque servían para alimentar a las familias, que subsistían gracias a lo que les daba la tierra y a la cría de su ganado. Me relató con cierta tristeza cómo con el paso de los años empezó a marcharse la gente del pueblo en busca de una vida mejor, y las casas se fueron cerrando una tras otra hasta terminar muchas de ellas abandonadas y en ruinas.
Angelita arreglando unas madreñas

Yo escuchaba atentamente sus historias, sintiéndome como una niña pequeña a su lado. También había veces en las que las dos nos pasábamos las horas en silencio, simplemente disfrutando de la compañía mutua y de la paz del momento.
Era una mujer fuerte, valiente, sencilla y honesta. Fue un auténtico privilegio para mí conocerla.  

Angelita falleció el 27 de mayo de 2004 a los 82 años de edad. El personaje de la vieja Angelita es mi pequeño y humilde homenaje a mi querida amiga. 

24 de diciembre de 2013

ÍNDICE del libro LA ETERNA TRAVESÍA DEL ALMA

LA ETERNA TRAVESÍA DEL ALMA
de Juana D. Martínez
ÍNDICE

PRIMERA PARTE: De la mano.

Capítulo 1: La decisión
Capítulo 2: Recuperándose.
Capítulo 3: El encuentro.
Capítulo 4: De la  mano.
Capítulo 5: La amiga.
Capítulo 6: Una triste noticia.
Capítulo 7: Perdida en algún lugar.
Capítulo 8: Las sorpresas.

SEGUNDA PARTE: “La historia de Tenzing”.

Capítulo 9: La revuelta.
Capítulo 10: El nacimiento y la huida.
Capítulo 11: Hacia el exilio.
Capítulo 12: La huida de Yongden.
Capítulo 13: Una nueva vida.
Capítulo 14: Norbhu se convierte en Tenzing.
Capítulo 15: Antonio, el budista asturiano.
Capítulo 16: El encuentro con Alba.
Capítulo 17: La carta.
Capítulo 18: El adiós de Yongden.
Capítulo 19: Audiencia con el Dalai Lama.
Capítulo 20: Tenzing en Asturias.
Capítulo 21: Bajo el tejo milenario.
Capítulo 22: El descubrimiento.
Capítulo 23: En el interior de la cueva.
Capítulo 24: El fraile franciscano.
Capítulo 25: El misterioso peregrino.

TERCERA PARTE: La eterna travesía del alma.

Capítulo 26: El verdadero dueño del colgante.
Capítulo 27: El perro fugitivo.
Capítulo 28: De visita en la casa-cueva de Tenzing.
Capítulo 29: María.
Capítulo 30: ¡Maldito cabrón!
Capítulo 31: La muerte de Abelardo.
Capítulo 32: La huida.
Capítulo 33: Frente a frente.
Capítulo 34: ¿Sueño o realidad?
Capítulo 35: De vuelta en la cueva.
Capítulo 36: En la sala de las pinturas rupestres.
Capítulo 37: Como una bola de luz.

EPÍLOGO.

BIBLIOGRAFÍA.